Cómo utilizar y no utilizar la cursiva en un texto

Las cursivas son definitivamente nuestras aliadas: nos ayudan a presentarle visualmente a nuestro lector lugares claves de nuestro texto; conceptos, ideas, expresiones en las que debe fijar su atención. En otras palabras, lugares de importancia.

Según la Real Academia Española, las cursivas señalan especialmente (pero no únicamente):

1. Palabras de otros idiomas que estamos empleando en nuestro texto.

2. Títulos de obras (libros, películas, revistas, etc.).

3. Palabras empleadas en un sentido diferente al normal (por ejemplo, cuando se quiere presentar una ironía o una metáfora).

4. Neologismos, es decir, palabras nuevas.

5. Y, como decíamos al comienzo, para presentar el carácter especial de una palabra o darle énfasis.

Esta última función es especialmente útil en los textos académicos; por eso es que es tan fácil caer en la tentación de utilizarlas reiteradamente como apoyo a lo que decimos. Sin embargo, la importancia, mas que por las cursivas, debería estar dada directamente por nuestra escritura; es decir, la cursiva no le otorga mágicamente la trascendencia al texto en el que la aplicamos, sino que debería ser nuestra redacción misma la que explique por qué ello es realmente clave.

Según lo anterior, cuando aplicamos cursivas decenas de veces en una misma página o a todo un párrafo, su potencia desaparece por completo. Si todo es supuestamente importante, ya nada lo es en realidad. Simplemente nuestro lector se cansará de nuestros continuos llamados a «¡¡¡esto es importante!!!» y quedaremos como el pastorcillo mentiroso, incluso si nosotros realmente consideramos que todo lo que hemos marcado con ellas es significativo.

Por tanto, mi consejo se simple: antes de utilizar las comillas para señalar algo importante pensémoslo dos veces y luego, antes de terminar nuestro escrito, asegurémonos de eliminar la mayor cantidad posible.

(Este es un adelanto de mi libro El arte y la ciencia de la escritura académica)